El
dominicano Jesús Cruz Artiles, cuyo nombre artístico es Freethinker, ha
aprovechado la pandemia para volcarse en el graffiti y regalar a los berlineses
imágenes que caricaturizan este presente convulso.
El artista dominicano Jesús Cruz Artiles, con una de
sus obras en Berlín - EFE
La
inesperada realidad de la era coronavirus, de la que la publicidad comercial ha
sido el primer y más rápido ámbito creativo en sacar partido, inspira ya
también a las culturas alternativas, al menos a las que se enseñorean en el
Mauerpark de Berlín, una zona verde y talante asilvestrado del este de la
capital alemana, en la que un fragmento del Muro todavía en pie sirve de
expositor a Jesús Cruz Artiles, dominicano cuyo nombre artístico es
Freethinker.
Todos
en Berlín nos hemos acostumbrado a las estanterías de papel higiénico vacías en
los supermercados, a comprar ese producto en gran cantidad cuando lo
encontramos y a llamar a la puerta del vecino para pedir un rollo en
situaciones críticas. Nadie sabe bien de dónde procede la ansiedad por el papel
higiénico, síntoma inexplicable de la crisis sanitaria, puesto que en ningún
momento se ha interrumpido el suministro y que sepamos los desarreglos
intestinales no forman parte de del cuadro corona, pero Freethinker nos ha
retratado como Gollum, el popular personaje de «El Hobit» y de «El señor de los
anillos», aferrado a un rollo de papel higiénico y repitiendo su obsesionado
«¡mi tesoro!». Ese fue el primer grafiti de este artista que llamó la atención
de la prensa local, cuando todavía era desconocido y antes de que la ciudad
esperase con impaciencia su siguiente entrega.
La
obra que mayor aceptación ha logrado ha sido el grafiti que actualiza el icono
pop berlinés del beso entre Leonid Brézhnev y Erich Honecker, seguramente el
más popular fotografiado en el East Side Gallery. Ahora los que se besan son
Donald Trump y Xi Jimping, aunque en un beso frustrado porque los dos llevan
puesta una mascarilla. Jesús piensa que de alguna forma estamos reviviendo el
enfrentamiento de dos potencias, que ya estaba activo antes del coronavirus
pero que ha cobrado con la crisis sanitaria una dimensión más visible y
mortífera. Nos recuerda que seguimos siendo pequeñas figuras en un tablero de
poder global, poderes contrapuestos que se alimentan el uno del otro sin que
los que estemos aquí, a este lado del Muro, les importemos gran cosa.
«Para
mí significa que Trump y el chino son la misma cosa», traduce Lena, de 16 años,
que viene del colegio, de escribir un exámen, y come con sus compañeros de
clase en un improvisado picnic. «Me entristece, porque aunque pensamos que
después del Muro todo es diferente, que no vamos ya nunca a renunciar a nuestra
libertad, esta crisis nos ha puesto delante del espejo, nos ha mostrado lo
fácil que renunciamos a nuestras libertades y a nuestros derechos solo porque
los grandes poderes lo decretan», reflexiona. «Para mí significa la
desconfianza en el poder, ridiculiza a los poderosos y a sus argumentos, nos
recuerda que pensemos por nosotros mismos», añade su compañero David.
Freethinker
tiene la habilidad de comunicarse al mismo tiempo, aunque quizá en varios
niveles de discurso simultáneos, con varias generaciones de berlineses. Ralf,
de 57 años, confiesa que no se quita de la cabeza desde que lo vió el graffiti
en el que Jesús ha estampado sobre el retrato de Donald Trump el mismo rayo
cruzado que el maquillador Pierre La Roche diseñó en 1973 para la portada de
«Aladdin sane», el álbum de Bowie. «En una sola imagen ha logrado fundir
ciertas características que unen a dos personajes tan diferentes: su aspecto
alienígena, su irreverencia, su gusto por la provocación….», describe la
revista cultural «Cicero», «y a la vez nos deja al resto aquí fuera, fuera de
ese universo al que solo unos pocos hombres acceden, estos fuera completamente
de los consensos sociales».
Si
Freethinker se dedica ahora tan intensamente al grafiti es por culpa del
coronavirus. La imposibilidad de reuniones ha impedido que continúe con sus
proyectos de composición de rap, o trap, o hip hop… es difícil de encasillar.
Tampoco ha podido decorar un par de locales que ya tenía apalabrados. Y como lo
único que podía hacer él solo en la calle era esto, pues se ha metido a fondo.
«A veces no tiene que ser algo político y es solo algo humorístico. A mí me
basta con sacar una sonrisa de la gente», dice Jesús, que ya concede
entrevistas con gran naturalidad, «pero siempre es un reflejo de algo que yo
pienso y siempre es una invitación a que tú pienses también». Le preocupa que
el confinamiento, las series de Netflix que enlazan unas con otras, la pérdida
de contacto real con la realidad, nos arrastren a una forma de existencia
desconectada de los otros y de nosotros mismos. Está seguro de que puede
comunicarse con cualquiera de nosotros a mucha mayor profundidad con cualquiera
de sus graffiti que a través de un smartphone y no le importa que sus obras
sean arte efímero, puesto que desaparecerán apenas llegue otro artista
callejero y plasme su propia obra superpuesta, sobre el mismo Muro. No es
efímero, a su juicio, si alguien ya lo ha visto, si a alguien ya le ha hablado,
si alguien lo lleva ya consigo.
Rosalía
Sáchez, corresponsal en Berlín, publicado en ABC, cultura.